Prófugo, el tiempo vuelve a escapar entre mis dedos, entre los resquicios de mis propias manos. El reloj me delataba, obligándome a poner los pies en el frío suelo una vez más. Mientras me debatía entre legañas me dirigí al baño, abrí el grifo, llené el lavabo y hundí mi rostro, cuestión de hábito matinal. Y aún sin saber muy bien por qué, una vez sequé mi cara, me quedé sola ante el espejo, enfrentándome a mí misma, encarada hacia esos ojos profundos y oscuros. Tras examinarme detenidamente fue fácil experimentar una sensación extraña, esa cara blanquecina que devolvía su mirada resultaba ser el semblante de todo mí ser.